El informe PISA, las manipulaciones políticas y mediáticas y la obsesión por el Ranking

Fuente: PISA
Cada vez que se emite el Informe PISA, el mundo entero de la educación tiembla. PISA se ha convertido en los últimos años en una obsesión para los políticos, los medios de comunicación y los centros educativos. Muchos profesores y expertos critican este tipo de pruebas de evaluación. Recientemente, un total de 83 grandes especialistas internacionales —la mayoría estadounidenses y británicos— se han unido para criticar PISA y enviar una carta al  director del programa, Andreas Schleicher, para hacerle llegar sus quejas.
Entre las críticas principales, estos 83 expertos reprochan que las pruebas las celebre la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos -un organismo que tiene un sesgo en favor al papel económico de la educación- pues la educación, a su juicio, no tiene solo como objetivo garantizar el empleo del alumno, sino formar a un ciudadano capaz de participar en la vida democrática de su país y en la toma de decisiones. Así, estos expertos preferirían que fuese la Unesco o la ONU las encargadas de evaluar a los adolescentes.
A estos expertos tampoco les gusta que la OCDE deje las pruebas en manos de compañías multinacionales con ánimo de lucro, como Pearson, que ha ganado millones de euros con las pruebas y tiene el contrato hasta 2015.
Para finalizar, se lamentan estos expertos de que el Informe PISA determine las políticas educativas de los gobiernos, ya que los gobiernos al final reducen el propósito de la educación a mejorar en la prueba para alcanzar un mejor puesto en el Ranking.
Aquellos que conocemos cómo funciona, cómo se diseña y lo que evalúa PISA sabemos que las pruebas están muy bien diseñadas. Elaine Wilson, de la Facultad de Educación de la Universidad de Cambridge, precisa que “no tengo problemas con PISA. De hecho, creo que los materiales de las pruebas son muy buenos y que es muy útil tener indicadores internacionales. El asunto es que el fallo es malinterpretado por los políticos, que no son capaces de entender la complejidad de los datos y que los extrapolan con fallos para justificar la dirección de sus políticas”. Como señala Elaine Wilson, es precisamente en ese punto donde se encuentra el principal error: quedarse tan solo con los grandes titulares y no analizar el complejo informe que hay detrás.
Las pruebas PISA no miden la capacidad de reproducción de conocimientos memorísticos -como datos, fechas o definiciones- sino la capacidad de aplicar los conceptos a problemas y situaciones. Por esa razón, nuestro país –donde predomina una enseñanza enfocada a la memorización sin aplicación- consigue resultados tan bajos. Pero PISA también mide otros aspectos, como el nivel sociocultural de las familias -donde queda reflejado que el nivel sociocultural de las familias españolas es sustancialmente inferior al de la mayoría de los países de la OCDE- o la interacción entre el profesorado, donde se refleja que solo el 10% de los profesores españoles más expertos observan y ayudan a los profesores noveles, frente al 69% de la OCDE.
Todos esos y otros datos deben ser tenidos en cuenta para afrontar políticas educativas que ayuden a mejorar la calidad de enseñanza. Al fin y al cabo, PISA no es el fin, pero sí ayuda a señalar en camino.

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