Siempre que doy alguna conferencia a docentes sobre educación en valores, parto de una premisa básica: "los valores no se dicen, se actúan".
En infinidad de ocasiones, los educadores -y cuando digo educadores me refiero también a padres- les decimos a los menores cómo tienen que comportarse: no se cruza con el semáforo en rojo, no se tiran papeles al suelo, no debemos decir tacos, debemos ser sinceros, debemos ser dialogantes, debemos ser generosos, no debemos criticar por la espalda, etc., etc. Sin embargo, muchos de nosotros tiramos papeles al suelo, cruzamos con el semáforo en rojo, criticamos a nuestros compañeros por la espalda, gritamos, maldecimos, no somos sinceros, somos injustos o actuamos de manera profundamente egoísta.
A pesar del poder de las palabras, un menor retendrá un porcentaje mínimo de lo que le digamos con respecto a su modo de actuar, pero imitará nuestro comportamiento en un porcentaje muy elevado. Podemos decirle a un menor que lea, pero será difícil que crea que la lectura es un placer si nunca nos ve leyendo. Podemos decirle a un menor que no se cruza con el semáforo en rojo, pero será difícil que nos crea cuando nos ve cruzando en rojo a la menor oportunidad. Podemos decirle a un menor que debemos actuar con justicia, pero será difícil que sea justo si nos observa criticando con maldad.
Los valores sociales se forjan por imitación, no por escrito. Nuestro ejemplo es el mejor modo de educar.
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