Hace unos días, un docente por twitter comentó que los alumnos valoraban a los maestros que cumplían cuatro claves: ser consecuente, enseñar, escuchar y castigar. Fue leer la palabra castigar y cientos de personas -docentes y no docentes- comenzaron a lanzarse sobre él señalando que aquello de castigar era arcaico, dictatorial, troglodítico, que castigar era como ser un Dios prepotente y vengativo, que castigar era humillar y toda una serie de adjetivos calificativos dignos de una novela de Stephen King.
A cambio del castigo, estas personas proponían que había que convencer, ser empático, motivar, amar, abrazar y cosas tan preciosas que parecían vivir en una nube maravillosa rodeada de pétalos de gominolas. Posiblemente, estas personas tan comprensivas son tan bondadosas que si algún día un chaval de 15 años -caso real- le lanza a su hija una piedra a la cara y le revienta un ojo, irán al colegio a toda velocidad para ser empáticos con el alumno y motivarlo para que aprenda incluso a lanzar las piedras con mayor precisión, sin pensar siquiera en poner una denuncia al colegio y pedir la cabeza del director y del alumno.
Según la RAE, el castigo es la pena que se impone a quien ha cometido un delito o falta. Es decir, es una sanción por una mala acción o conducta. Está claro que en esta sociedad Wonderfuliana actual suena mejor sanción que castigo, pero finalmente vienen siendo la misma cosa. Aunque los adultos por lo general somos más bien tirando a lerdos, los niños no lo son, y saben a la perfección que si comenten una mala acción recibirán un castigo o una sanción. Lo ven todos los días en los partidos de la Champions (cuando le preguntas a cualquier niño o niña que le guste el fútbol qué le pasa a un jugador que realiza una entrada con los pies por delante y sin balón, todos te contestarán sin dudar que eso es tarjeta roja directa). Dicha sanción o castigo, obviamente, dependerá de la gravedad de la acción, pero nunca llegará -no se inquieten- a llevarlo a la garrucha ni a ningún otro instrumento de tortura medieval. Evidentemente –que hoy en día parece que hay que explicarlo todo- el castigo no es la primera opción en muchos casos, ni debe castigarse por cualquier cosa, ni debe utilizarse como modo de prevención (por eso es tan importante el control emocional), pero a lo largo de mi carrera he visto alumnos que le han robado el móvil a la maestra, alumnos que robaban material de manera habitual a sus compañeros, alumnos que iban por el patio como matones amedrentando a los demás, alumnos que le pedían dinero a alumnos más pequeños en los recreos, alumnos que se masturbaban en el aseo del instituto y lo colgaban en Instagram, alumnos que robaron 500 euros de un viaje de estudios, alumnos que se pasaban por la cornisa del hotel en un viaje de estudios, alumnos que en una pelea le rompieron varias piezas dentales a otro alumno, alumnos que le rompieron una costilla a un profesor, alumnos que le tocaban el culo a las chicas, alumnos que le tocaban las tetas a las chicas, alumnos que lanzaban piedras a sus compañeros, alumnos que se llevaban una navaja y la sacaban en el patio en los partidos de fútbol, alumnos que llamaban zorra a la profesora, alumnos que mearon en la botella de agua de una maestra y todo ello, como es lógico, tiene que tener su sanción correspondiente. Luego, después de la sanción, ya seremos empáticos y dialogantes y ya veremos de dónde viene el problema, cómo motivar al alumno o encauzarlo, cómo fortalecer el control de sus emociones, etc., etc., pero mientras la otra alumna se va al hospital con una hemorragia en el ojo, no queda otro remedio que castigar.
Cuando nosotros conducimos a más de 120 km por hora en la autovía, o cuando vamos conduciendo y hablando con el teléfono móvil, o cuando no entregamos la declaración de la renta a tiempo, inexcusablemente tenemos un castigo y/o una sanción. El respeto a unas normas de conducta, y no otra, es la base de la convivencia pacífica en sociedad. Aquellos que apuestan por eliminar sanciones o castigos -a pesar de lo que puedan creer- no consiguen con ello un mundo más hermoso, sino que lo único que hacen es crear una dictadura de impunidad donde los únicos que están cómodos y felices son los que no cumplen las normas.
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