La dictadura de la Programación Didáctica

Con la llegada del mes de septiembre y el inicio de curso, miles de docentes de toda España comienzan a diseñar y a perfilar su programación didáctica para organizar su actuación para el curso actual. Pero, ¿es realmente tan importante la programación didáctica o programación docente?
En mis inicios como maestro, yo era un defensor a ultranza de las programaciones didácticas. Tal como nos insistían una y mil veces en la carrera, confiaba en que la programación era el eje central, el santo grial de nuestra intervención como maestros.
Aquel engranaje de objetivos, contenidos, criterios de evaluación, actividades, tareas, tiempos y distribuciones de aula suponía el certificado de que nuestro trabajo como docentes estaba perfectamente diseñado. Sin embargo, hoy por hoy, después de 25 años de profesión, ya no lo tengo tan claro. 
Muchos años atrás, cuando la educación era menos estresante, los maestros tenían como objetivos un par de aspectos fundamentales. Por ejemplo, en el área de lengua, se tenía claro que los alumnos debían salir del colegio leyendo con fluidez y de manera comprensiva, hablando con corrección según el contexto, escribiendo sin faltas de ortografía y escuchando con atención y respeto. Con el tiempo y la burocratización del sistema educativo, esos objetivos se fueron subdividiendo en otros objetivos más específicos, y luego más específicos, y luego un poco más específicos, y así hasta llegar a las partículas subatómicas del aprendizaje, que son los actuales estándares. Esa excesiva división subatómica y la obligatoriedad de evaluar casi un millar de estándares de aprendizaje en un solo curso, hace que los docentes pasemos muchas veces de un contenido a otro a gran velocidad sin poder casi profundizar en ninguno de ellos. Como los estándares son tantos y tan específicos, los docentes nos vemos muchas veces obligados a evaluarlos una sola vez en el curso, con lo que un alumno -por ejemplo- puede superar el estándar de la regla de acentuación un día 2 de diciembre y tenerlo superado para toda su vida aunque en las siguientes pruebas hasta que finalice 6º de Educación Primaria observemos que no sabe acentuar. Y lo mismo sucede si el estándar está suspenso. Así de ilógico e irracional se ha vuelto el asunto.
Evidentemente, no voy a negar que programar nuestra actuación como docentes es importante, sin embargo, el gran problema de considerar la programación como un documento tan fundamental es que partimos de una premisa equivocada. Recuerdo una ocasión en la que un alumno de 2º de Educación Secundaria que había aprobado con un sobresaliente un examen de historia del arte varios meses atrás, durante una excursión a una iglesia me soltó con cara de sorpresa, “¿así que esto es un arco de medio punto?”. A pesar de que aquel alumno había aprobado con sobresaliente el examen donde se evaluaba -entre otras cosas- la definición y reconocimiento de un arco de medio punto, no fue hasta que lo vio en primera persona cuando su cerebro aprendió realmente lo que era. Y es que se puede programar la enseñanza hasta extremos imposibles, pero jamás podemos programar el aprendizaje, porque el aprendizaje depende de miles de circunstancias ajenas a nuestra perfecta programación en Arial 12 e interlineado sencillo. 
Como señalé al principio, después de 25 años ejerciendo, no tengo tan claro que la programación didáctica sea tan determinante en la calidad educativa que ofrecemos a nuestros alumnos. De hecho, comienzo a pensar que, en la actualidad, ya no es el docente el que controla la programación, sino que es la programación la que controla al docente. Tanto es así, que la programación didáctica se ha convertido en el documento de control por excelencia de los padres y de la propia inspección educativa, de tal manera que si el profesor no hace exactamente lo que señala el documento en el momento en que señala el documento y en el modo en que señala el documento, cualquier reclamación por parte de la administración o de los padres es posible con grandes probabilidades de éxito.
Como digo, la educación actual se ha burocratizado en exceso. Se ha burocratizado de tal modo que ya no sabemos si el objetivo fundamental de la enseñanza es el aprendizaje o el documento. Un docente que salga hoy en día de carrera debe saber más de leyes que de didáctica, lo cual ya de por sí da una muestra del despropósito al que estamos llegando. Para hacerlo más visible, imagínenselo en un cirujano. Eso demuestra la frase de que el paso de los años no implica que estemos evolucionando. De hecho, en educación está sucediendo todo lo contrario. Si no queremos ser devorados por una burocracia que asfixia cada vez más el proceso de enseñanza, debemos recuperar el sosiego, apostar por una educación en el aula más pausada, más tranquila, más cercana, más reflexiva y, sin duda, más humana, donde el aprendizaje fluya entre el maestro y el profesor como si de magia se tratara, sin que un papel determine que la belleza de los planetas o la grandiosidad de la rotación de la tierra haya que aprenderlo entre el 5 y el 15 de marzo. Feliz inicio de curso.

Comentarios

  1. Estoy de acuerdo contigo. Luchamos contra nosotros mismos por terminar la Programación cuando a veces sería mejor ir más con el ritmo de los alumnos. Necesitamos tiempo para que asimilen conocimientos y muchas veces no se lo damos. Gracias por tu artículo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias por tus palabras, Paz. La verdad es que, en ocasiones, perdidos en la vorágine del día a día, anteponemos la programación a lo programado. Pasamos por encima de los contenidos de manera superficial agobiados por el tiempo, y -de ese modo- el aprendizaje resulta imposible.

      Eliminar

Publicar un comentario